Este relato responde a un artículo de Arturo Perez Reverte que demuestra una extraña simpatía por un "maestro" despreciable y un modelo de educación caduco. Creo que ya es hora de crecer y admitir que nuestras infancias no fueron idílicas.
"Lo recuerdo como si fuera ayer y mira que hace más de 30
años. Aquel maestro de ajedrez, cuyo nombre mi memoria ha borrado, entraba en
la sala y mi corazón empezaba a latir de forma acelerada. Su sola presencia me
asustaba, algo me oprimía la garganta y me costaba respirar. Jamás dije
nada, a pesar de pasarlo fatal, no quería que me tocara a mí la hostia que
siempre llevaba disponible, como guardada en el bolsillo. Yo no crecí con miedo
a la oscuridad, al agua o a los perros, como
un niño cualquiera, yo crecí con miedo a “Don Severo”. En cuanto el hombre
echaba a mi padre, como al resto de padres de la sala, mis piernas empezaban a
temblar y yo, mira si era listo aunque era chico, hacía un esfuerzo tremendo
por apretar los pies contra el suelo y me concentraba en las fichas, rezando
para que esa hora terrible pasara lo más rápido posible.
Recuerdo que ninguno levantábamos la cabeza. Éramos niños “muertos
en vida”, simulando jugar al ajedrez y deseando que no nos entraran ganas de ir
al lavabo o algo parecido porque Don Severo no pasaba ni una. Reinaba en la sala
un silencio sepulcral y yo no podía dejar de imaginarme lanzando una a una
todas las piezas contra la cabeza de Don Severo, sangre y más sangre por todas partes, y después el tablero. Pena que el miedo me
paralizara porque sé que todos los niños soñábamos lo mismo.
Jamás perdonaré a mi padre, no por llevarme a esas clases,
que el pobre lo hacía buscando una aprobación social que tampoco obtenía. Sino
porque aquel día que vino un extranjero y pudo quedarse en la puerta; aquel día
en que yo me sentí lo suficientemente seguro como para soltar tres palabras y
decirle a Juanito que me habían regalado un perro; aquel día en que me creí
protegido... cuando Don Severo me dio un tremendo coscorrón delante de sus
narices, él no estuvo a la altura y no me defendió. Mi padre, que tanto alardeaba
de luchar contra el maltrato de los animales, que se consideraba progresista,
aquella tarde se calló como un gusano.
Aquella historia del club de ajedrez hizo que se abriera una brecha entre mi padre
y yo que tardé muchos años en cerrar. Porque Don Severo
era un capullo, un desgraciado, un cobarde que no merecía llevar el nombre de "maestro", pero mi padre… mi padre era mi padre, aquel hombre en quien siempre había
confiado y me falló. Y eso duele, cojones, con seis años, la soledad duele mucho".
Myriam Moya Tena
Esta historia quién la vivió, Myriam? .....qué dura...
ResponderEliminarSupongo que la viven y la han vivido miles de niños, es una respuesta a un relato de Pérez Reverte que idealiza a este tipo de enseñanza y profesor. En la parte superior está el link.
EliminarJo, se me saltan las lágrimas con tus textos una vez más. Qué grande eres y, lo que es más importante, qué pequeña. racias!
ResponderEliminarGracias Pilar, ganas de bajar a Valencia para verte <3
EliminarEso lo vivi con un maestro tenia una regla de madera y nos daba en la palma de la mano. :(. Que dolor pensar en eso y que vengan esos recuerdos.
EliminarDios qué dolor! esos recuerdos afloran porque siguen ahí, yo jamás tocaría a un alumno mío, por suerte la educación está cambiando :-(
EliminarHelada me he quedado. Con el artículo, y con tu respuesta por buena y sumamente acertada.
ResponderEliminarCómo narices va a cambiar este mundo si se sigue idealizando cosas como esa??. Imposible.
Enhorabuena. Un post estupendo. Precisamente tenía en los borradores de mis post algo relacionado con la enseñanza que se nos ha dado a casi todos y que se idealiza y justifica en casi todos los casos. Me gustaría mucho enlazar a tu entrada si no te importa, claro.
Un abrazo.
Claro, puedes enlazar la entrada, cap problema, besos
EliminarMuy inteligente y muy bueno este post. Ojalá él lo lea.
ResponderEliminarAbrazos, Myriam.
A mí una profesora del parvulario me dio una palmada en la cabeza para regañarme por hablar en clase. Por suerte en mi casa estaban en contra de pegar a los niños. Mi madre fue a hablar con la profesora, que dijo que era mentira. Pero mi madre me creyó a mí y le dejó bien claro que nunca volviera a tocarme un pelo. La seguridad que te da eso para confiar en tus padres no tiene precio.
ResponderEliminarLa misma historia, pero desde la mirada del niño cómo cambian las cosas!!! Genial, Mirian.
ResponderEliminarMi hijo va a esa clase y tras leer ese artículo de Pérez Reverte no veo añoranza de profesores que se hacen merecer respeto a base de violencia sobre los niños. No es lo que este profesor hace, de hecho no es, aunque parezca, desagradabel, es adorable con los niños, les coloma de historias que a cualquiera nos parecerian aburridas para ellos y que sin embargo se las beben de buen gusto. Ni una sólo palabra ni nada, sin embargo parece tener algún don que infunde respeto y que hace que le tomen totalmente en serio.
ResponderEliminarCierto es que en el pasado había profesores así y que hoy las circunstancias nuevas les hace inviables, no se por qué , pero así es.