Páginas

miércoles, 30 de enero de 2013

Doris Lessing, sobre maternidad y parto


Hoy os comparto un fragmento, desgarrador y muy potente, escrito por Doris Lessing en su autobiografía Dentro de mípublicada en 1994.
Doris Lessing nos retrata en este texto su maternidad (en concreto su segundo parto y post-parto) en Rhodesia del Sur (Zimbabwe) alrededor de 1941. 



"Mi madre llegaba a toda prisa de la granja para decirme que era una irresponsable por tener otro hijo tan pronto, yo me defendía diciendo. "¿Por qué una mujer fuerte no puede tener dos bebés seguidos, todas las negras los tienen, o no?. "Oh cariño..." Y se largaba a quejársele a mi padre (...)
Mi segundo parto no fue lo que esperaba. Hago este apunte por esa afirmación de que lo que determina el transcurso del parto es la actitud mental. Mi primer parto o lying-in (“reposo en casa”, como solía llamarse antiguamente al parto, y con bastante acierto, pues debías guardar reposo durante semanas) lo abordé tranquilamente, sin esperar dolor, o dificultades, dada mi joven y arrogante salud. Pero el dolor fue terrible; después el bebé acabó por agotarme, seguramente debido a la exuberante salud que heredó de mí.Y por eso la segunda vez me preparé para un parto doloroso y para otro combativo bebé.
De nuevo la Primera Dama de la Clínica de Maternidad, la estúpida enfermera autoritaria, esas joviales enfermeras que se aseguran de que las madres y los bebés se vean lo menos posible. Yo estaba en una habitación en el extremo opuesto de la entrada, la habitación contigua a la que había ocupado anteriormente; la vida en una pequeña ciudad ofrece continuidades insospechadas para los habitantes de las grandes ciudades. Llegué, como la primera vez, por la noche, tras reconocer los dolores que eran diferentes a otras punzadas, retortijones, sensaciones, presiones del final del embarazo, y por la inconfundible oleada de energía de la que te provee atentamente la Madre Naturaleza. Sola, iba y venía por la habitación, después de haber sido bañada y, por supuesto, afeitada. Como de costumbre, la clínica ya no daba más de sí. “Tú sé buena chica”, gritaban las enfermeras, asomando sus cabezas sonrientes por la puerta.
Yo quería estar sola. Paseé, paseé toda la noche, dando vueltas y vueltas, fui a ver a los bebés que al principio todavía dormían, pero después los evité cuando empezaron a dar gritos, dos horas antes de la hora de comer. Miré las estrellas por la ventana. Me preguntaba cómo lo estaría llevando Frank con John. Después, a las diez de la mañana, unas punzadas aguadas, entraron el doctor y las enfermeras, y el bebé nació al cabo de media hora. Todavía esperaba que comenzara el parto. Me había dolido muy poco antes del cloroformo. Me enseñaron una niña menuda, más pequeña que su hermano, y al mismo tiempo hecha evidentemente de algo diferente, una cosita hermosa lista para ser abrazada y mecida. Pero: “Pronto acabará con tu paciencia”. “Por favor, enfermera, no te la lleves”. Oh, ya, pues entonces sólo un minuto. Los diminutos labios se aferraron al pezón, de nuevo el milagro, la vida que sabe exactamente lo que tú sabes. La enfermera está de pie frente a ti, con el ceño fruncido. “Todavía no tienes leche, ¿sabes? Mañana te bajará”.
Y se llevan al bebé triunfalmente, y a mí me dejan sola, lista para llorar desconsoladamente, en la cama. Pero faltaba otra vuelta de tuerca. La enfermera había prohibido a los hermanos y hermanas visitar al recién nacido a causa del peligro de infección. John vino con su padre y se quedó de pie, fuera, tras la ventana, en la entrada, y desde el otro lado yo alzaba al bebé en brazos y se lo enseñaba. Me sentía fatal. Él también tenía el ánimo por los suelos. No se me ocurre nada que pueda despertar más celos hacia el recién nacido, o que produzca más ansiedad a la madre. Esto fue lo peor de este segundo nacimiento.
Por las tardes Frank venía a visitarme con los otros padres. Al minuto exacto, cuando la hora de visita se había acabado, la enfermera acudía a la puerta. "Bueno papis..." gritaba, coqueta pero seria- se acabó. Voy a tocar el timbre. Dejad que vuestras pobres mujeres tomen un descanso".
Y el timbre sonaba en todo el edificio mientras los bebés berreaban. 
Es normal que uno se pregunte: “Si era tan horrible aquel lugar, ¿ por qué volviste?”. De hecho es una buena pregunta. Pues bien, hasta más adelante no supe lo horrible que era. Y “todo el mundo” iba allí. Tampoco había otro lugar adonde ir, realmente. No recuerdo clínicas de parto. Me refiero, por supuesto, a las mujeres blancas. Si hablamos de la pasividad de la mujer, y buena parte de mi actitud era de pasividad, creo que los hombres pocas veces carecen de pasividad cuando se trata de médicos.
Me senté en una pequeña habitación bastante oscura a dar de mamar a Jean mientras John tiraba de mí, tratando de que me deshiciera de ella y me fuera con él. Recuerdo haber pensado: "por lo visto sí me quiere un poco a pesar de todo"; y dio unos alaridos y se echó sobre mí, y yo dejé al bebé a un lado y traté de consolarlo. Y así hasta la saciedad. Estaba tan cansada. Ahora me pregunto cómo pude resistirlo. Juraría que las madres jóvenes gozan de una especie de líquido o de hormonas que les dan capacidad para aguantarlo". 

Doris Lessing, Dentro de mí.

2 comentarios:

  1. Sí, es potente, desgarrador y -sobre todo- muy auténtico Gracias por compartirlo.

    Por cierto, te he dejado un regalito en mi blog, como reconocimiento a lo que me gusta el tuyo y lo que haces. Un beso:

    http://esanenaquevivedentrodemi.blogspot.com.es/2013/02/revoltijo-de-premios.html

    ResponderEliminar
  2. Impresionante volver a leerlo en ese dia especialmente triste.

    ResponderEliminar