Cada día floreces... llevas meses, años, tal vez siglos haciéndolo...
Floreces desde la primera vez que te deseé, cuando elegí tu nombre junto a tu padre, meses antes de aquel atardecer en que te concebimos...
Desde entonces te has abierto a mí, deslumbras, has crecido, has anidado en mi alma primero, en mi vientre después, en mi pecho donde todavía vives...
Tal vez por ello aquella imperiosa necesidad de cuidar flores, de cultivar mi propio jardín los meses anteriores, yo que jamás había tenido mucho contacto con la tierra, plantando margaritas, petunias, geranios, claveles, dos rosales... regándolas, hablándoles, para que lo primero que vieran mis ojos cada día de mi embarazo fuera su belleza, su Zen...
Cada día floreces, resplandeces, apagas la fealdad que encuentro a mi paso, la eclipsas, la nivelas...
Eres la flor de loto que se abre y resucita una y otra vez, el tallo que crece libre y que partió de mí, mi gran espejo, mi descendencia,
suena tan fuerte y hermosa esta palabra...
mi descendencia y no me perteneces...
mi descendencia.
Floreces desde la primera vez que te deseé, cuando elegí tu nombre junto a tu padre, meses antes de aquel atardecer en que te concebimos...
Desde entonces te has abierto a mí, deslumbras, has crecido, has anidado en mi alma primero, en mi vientre después, en mi pecho donde todavía vives...
Tal vez por ello aquella imperiosa necesidad de cuidar flores, de cultivar mi propio jardín los meses anteriores, yo que jamás había tenido mucho contacto con la tierra, plantando margaritas, petunias, geranios, claveles, dos rosales... regándolas, hablándoles, para que lo primero que vieran mis ojos cada día de mi embarazo fuera su belleza, su Zen...
Cada día floreces, resplandeces, apagas la fealdad que encuentro a mi paso, la eclipsas, la nivelas...
Eres la flor de loto que se abre y resucita una y otra vez, el tallo que crece libre y que partió de mí, mi gran espejo, mi descendencia,
suena tan fuerte y hermosa esta palabra...
mi descendencia y no me perteneces...
mi descendencia.
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