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jueves, 17 de marzo de 2011

Desde que te conozco hija mía...





Fluyo de noche y silenciosa en el verbo fecundo, fluyo sin miedo, sin páginas, sin papel en blanco, con la emoción como único recurso, apelando a la memoria del día siguiente, que me encuentra de nuevo postrada en la alfombra, mirándote, amor mío, para no perderme ni un minuto siquiera de tu infancia.

Fluyo pequeña y microscópica, fluyo salvaje (a veces) y enrabiada, no tengo fuerza, ni ganas de acercarme a las teclas, no hay muchas oportunidades de dormir todavía.

Fluyo cuando te agarras a mi pecho, mientras duermes y engulles dulcemente, fluyo cada vez que tú lo necesitas, cada dos horas, cada diez minutos, cada cien.

Lo guardo todo en la pequeña mesa que está junto a la cama, con el móvil, los kleanex, el agua, la inocencia… guardo mi interpretación profunda de esta mi/tu maternidad, las palabras que ilustren las vivencias de este cuerpo que hoy siente que está vivo, lo que será tal vez sin pretensiones, mi nuevo repertorio.

Y un día, cuando ya tengas palabras, y des vueltas a todo y me preguntes: “mamá, cuando nací... ¿no trabajabas? ¿acaso no escribías?” yo te diré que me tomé un descanso, un hueco hermoso, para aprender de ti.

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